Ha pasado mucho tiempo ya. Mucho tiempo sin escribir, sin conectarme de esta manera. Hoy, ahora mismo, siento que lo necesito. No que lo creo conveniente, tampoco que sería adecuado. Ni siquiera que lo deseo. Sino, más bien, que lo necesito.
Mi suerte, estos últimos meses, fue fluctuando entre momentos de sorprendente mala leche, como al recibir el telegrama de despido a los pocos días del último post, como otros en los cuales me sentí increíblemente bendecida, como al ganar un huevo de Pascuas de un quilo, más grande que una cabeza, en mi trabajo nuevo.
Porque sí, tengo un nuevo trabajo. No tan nuevo, en verdad. Un poco más de un mes. Un mejor trabajo desde donde se lo mire, que disfruto día a día. Un trabajo que me facilita hacer muchas cosas y a su vez me permite hacer muchas otras. También tengo un trabajo viejo. ¡Tengo dos! Tengo, además, mucha gente a mi alrededor que al comenzar el año no tenía. Que estoy conociendo a cada momento y que, cada uno a su manera, me están nutriendo. También tengo, porque una cosa no excluye a la otra, a los de siempre, a mi lado. El saber sumar y no remplazar es parte de la sabiduría que me dieron estos pocos y algo cortos años que tengo encima. Pues bien. En algún momento, a modo de broma, una amiga me preguntó si me había convertido a una secta, porque estaba demasiado feliz, demasiado bondadosa, demasiado alegre. Claro, esta broma escondía un poco de alarma y un poco de curiosidad. Lo que quiero decir es que NO. No estoy consumiendo sectas, alucinógenos, esteroides, mercaderías, ni nada. Lo que empecé a entender, a cada momento más, es que todo es maravilloso. Empecé a descubrirme. O redescubrirme, quizás. La mutación, el movimiento, el placer de las cosas simples, como un café con leche, un día de sol, o un abrazo. Cosas que todos, ABSOLUTAMENTE TODOS, tenemos a nuestro alcance, aunque a veces se conviertan en entidades transparentes que nos muestren lo que está detrás, aquello que no tenemos, aquello que está lejos, o no tanto, pero más allá. Lo que quiero decir, con todo esto, es que hay otras cosas, que están más acá, a veces al ladito, juntitas, muy cerquita, y que en ellas reside la belleza, la felicidad, la plenitud. Espero, con ansias, que todos empiecen a ver eso que tienen ahí, al alcance de la mano. Sea el café con leche, el día soleado, o el abrazo. Porque son esas cosas las que nos hacen feliz. ¡Nos felicitan! Y que entendamos, todos, la suerte infinita que tenemos, más allá de las adversidades, de las complicaciones, del aumento del ABL, del subte y de la yerba.
El mundo es maravilloso y nosotros, cariños, tenemos la suerte de estar en él.-
Una mina con suerte, como yo, tiene la virtud de tener todo el Universo aliado en su favor, y la desventaja de no darse cuenta. Pero a veces, los defectos ceden un poco y le dan a las virtudes la relevancia que deben tener. Y ahí, es cuando me doy cuenta de mi fortuna.

Luego de algunas semanas (quizás dos, nada más, aunque eternas) de desesperanza, depresión, y angustias, un día me di cuenta el sol estaba muy brillante y que, pese al calor, no estaba pasándola mal. Sino más bien, que estaba muy contenta. Y me di cuenta por qué.

Las minas con suerte, como yo, tenemos aquello que deseamos. Tenemos un trabajo -dos- que amamos, tenemos gusto cuestionable, pero gusto al fin, por el arte y la música, y sabemos plasmarlo. Podemos decir a viva voz aquello que sentimos, aunque sonemos crueles, desesperadas, o alteradas. O quizás demasiado optimistas, como hoy. Queremos cantar y cantamos, queremos componer y lo hacemos, queremos escribir y abrimos un blog, aún solo sea para escribir barrabasadas como ésta, con la suerte de que algunos pocos o algunos miles lo lean. Mandamos al carajo una carrera universitaria sin pensar en el qué dirán, o en lo que podrá pasar, o en las oportunidades perdidas. Sabemos, muy adentro, o muy afuera, que en verdad estamos CREANDO oportunidades. Queremos bajar de peso y lo hacemos, aunque después el doble espejo del placard nos muestre que no tenemos culo y los brazos son anoréxicos, aunque la panza sea la misma de siempre. Pero comenzamos Pilates, ¡y nos sentimos tan bien con eso! Aunque el cuerpo siga siendo el de una papa con escarbadientes clavados, como dijo alguna vez mi hermana la del medio. Creemos, a veces, que estamos desquiciadas. Locas. Desequilibradas. Lo creemos con razón, claro. Nada es casual en la vida. Pero entonces, hacemos terapia, y creemos resolver todo. ¡NOS CREEMOS SUPERPODEROSAS! Bueno, sabemos que no es así, pero sabemos, y con razón, que podremos resolver casi todo. O al menos, aceptarlo.

El problema de las minas con suerte es que, como el Universo nos guía indefectiblemente hacia lo que deseamos, a veces nuestros deseos se encuentran ocultos, y creemos estar haciendo las cosas mal. Debemos entender, entonces, que en verdad no estamos siendo fieles con nosotras mismas. Solo estamos tratando de crear algo que NO QUEREMOS, que NO NECESITAMOS, que NO NOS SIRVE. Empeñadas en algo que NO ES PARA NOSOTRAS, solo nos espera el fracaso. Y con él, la desesperanza, la depresión y la angustia que nombré al comienzo de estas palabras. Un tiempo después -y solo porque somos minas con suerte- nos damos cuenta que todo lo que sucede y lo que sucedió, aún lo que sucederá, está muy bien. Porque, POR SUERTE, era lo que en secreto deseábamos. Y aquí, entonces, nos encontramos, mejor dicho, me encuentro, contenta, radiante, deseosa. Sabiendo que todo está bien, que todo sigue su curso en este río eterno y caudaloso.

Pretendo, entonces, no sólo hacer alarde de lo maravillosa que es mi vida, sin temer en pecar de arrogante o engreída. Sino, más bien, de recordarle a todas aquellas minas con suerte, que sigan, sigan, ¡¡SIGAN!! Hay más adelante algo mejor, algo que nos espera, un único lugar donde debemos estar.

Allí vamos.-



Quiero citar a un gran amigo, que hace mucho tiempo, me escribió este mensaje. Lo leí cientos de veces, hasta aprenderlo y poder recitarlo hasta dormida. Es un mantra que, espero, no olvidar jamás. Sobre todo, en los momentos de desconcierto:

"Tenés en el rostro una sonrisa que antes no, y te queda muy bien. Seguí haciendo lo que sientas". Esto, queridos, es sabiduría.-
Qué cosa los duelos. Me siento tan inexperta en esto de las pérdidas, que asusta. Asusta porque sé que, si bien perdí, no perdí tanto como lo haré en toda la vida, y si hasta ahora vengo manejándome tan mal, no quiero ni pensar lo que vendrá.


Pues bien. Hablábamos entonces de los duelos. De éste, particularmente. Un duelo que quizás no es tal porque está disfrazado en ser "cambio". Changes. Pero en verdad, cada cambio es una transformación, sí, pero a su vez es la pérdida, la renuncia a algo que teníamos (querido o no), que pasa a ser otra cosa, el comienzo. Hay pérdidas agradables y pérdidas sorpresivas, como las hay esperadas y a su vez, pérdidas que es mejor perderlas. En algunas pérdidas, quizás lo mejor es perderse. Pienso entonces, en todas las pérdidas que me trajo este nuevo año. El año del fin del mundo. He perdido, en menos de un mes, mi casa, mi relación, mi entereza, mi crisis, un poco de dignidad. El duelo entonces que hago, es por todo eso. Aunque, a ver, mi casa fue reemplazada por un departamento, mi relación por una soltería anunciada, mi entereza sé que volverá, al igual que la crisis, y la dignidad que pierdo todos los días. No quita entonces, que esté haciendo el duelo por todo esto. De a poco, el duelo se disuelve, y lo que fueron mensajes a diario se convierten en una visita cada tres o cuatro días al perfil. Mis cosas están encontrando comodidad en los armarios y espacios vacíos de mi nuevo hogar. Aparecen las primeras salidas, las primeras risas, las primeras visitas. Recuerda, entonces, como "nada se pierde, todo se transforma". Muecas de llanto se desdibujan para darle lugar a dolor de mandíbula, de tanta carcajada. Las ganas de dormir se desvanecen, y su espacio lo ocupan esta necesidad de levantarse temprano, aunque luego deba llenarse el tiempo escribiendo, casi cualquier cosa. Sobre el duelo y la pérdida y la generación de cosas nuevas, quizás.

Creo que no tenía mucho que decir al comenzar éstas líneas. Tampoco lo tengo ahora. No más que reflexiones que hace años vengo haciendo, que en algún momento olvido. CADA PÉRDIDA, CADA DUELO, NO SON MÁS QUE EL PREÁMBULO A UN NUEVO COMIENZO.

Quisiera recordar esto cada día, y en cada pérdida. Sea perder el colectivo, perder un billete de dos pesos, o a la persona que amo.-
Hoy hice mi primer salida mañanera en mi nuevo barrio: fui a comprar leche. En lugar del chino que tengo al ladito, me arriesgué un poco más y, girando la esquina, me encontré con un gran supermercado. Descubrí, en esa media horita de aventura, muchas cosas.
Para empezar, el barrio tiene una sonoridad muy particular. Es uno de esos barrios que yo llamo “amigables”. Son barrios que reciben, acogen, cobijan, y cuando son conocidos finalmente pueden ser amados. Decía, entonces, de su sonoridad. Almagro suena a gran avenida pero sin bocinas, solo coches y mucho colectivo. Muchos camiones y árboles con sus hojas. La gente camina por la calle con remeras de algodón de colores claros, y algunas mujeres, como yo, llevamos nuestras chismosas o nuestros changos. Ruido de transeúntes. Los hombres decoran, a su vez, esta música urbana con sus más vastos piropos, guasadas, saludos, a intervalos de treinta metros aproximadamente. Es decir, necesitaba desayunar y salí, hinchada, despeinada y en ojotas. Pero estos señores, al parecer, son muy desinhibidos, y saben que sus palabras de cortejo al pasar son arreglos musicales de una gran composición.
Almagro, queridos, tiene más sol. No sé como explicarlo: el sol, simplemente, es más amarillo, alumbra más, jode menos, que en Flores. Querido Flores, no quiero te ofendas ni nada similar, pero el sol de Almagro es más lindo. Además, no quema tanto, quizás por que corre una brisa muy leve que distrae las pieles desnudas de ondas corrosivas. CRÉANLO, aunque parezca una tontería. 
Bien. En el supermercado me impacté, casi de forma simultánea, de dos cosas: que hoy te hacían el setenta porciento de descuento en las segundas unidades y, además, que hacían aproximadamente cinco grados centígrados. “Es por las cámaras, nena”, me dijo el repositor de panes lactales, viéndome indecisa entre dos variedades de salvado. Algo que me sorprendió, luego, mientras hacía la fila de cajas, fue que las cajeras eran todas INCREIBLEMENTE feas, y las clientas INCREIBLEMENTE viejas, siendo tanto cajeras como clientas INCREIBLEMENTE caracúlicas. ¡¿Qué paso?! ¡¿No vieron el sol, la música, los descuentos?! Parece que no. Lo que si vieron fue que mi tarjeta de crédito no tenía saldo, por lo cual acudí a mi último billetito violeta. Que extraño.. en el súper de la esquina de Flores nunca pasaba eso, mi tarjeta excedidísima y vencidísima siempre pasaba la prueba del postnet.
En fin. No quisiera irme sin mencionar que en un local muy cerca de mi nuevo hogar venden vestidos baratísimos, que la sandía está un peso con cincuenta el quilo y viene muy fresquita, que el encargado de mi edificio habla con los repartidores de correo acerca de la quiniela, y que de los cuatro ascensores solo estaba funcionando uno, que no llega a mi piso: el quince.
Me siento contenta. Almagro y yo empezamos a conocernos.-
Siguiendo la línea que intenté darle a este blog, seguiré considerándome una mina con suerte. Una mina joven, cuestionablemente sana (desde que punto se mire, claro), con sus facultades enteras, con una belleza fuera de los cánones actuales pero belleza al fin. Como dijo una cuasi suegra.

- ¿Y que onda la novia de Fulano? ¿es linda?
- Y.. es interesante.

Bien. Interesante seré, parece, al menos para una mujer que dejó su juventud un tiempo atrás.

No puedo negar que luego de quemar pobres cabezas ajenas a todo conflicto, terminé (terminamos) esa relación que me acompañó los últimos seis meses. Es curioso, comencé el 2011 con un novio, el 2012 con otro, pero ahora estoy sola denuevo. Y después de dormir cuarenta horas seguidas a fuerza de grandes dosis de psicofármacos, viajar por media ciudad aturdida, llorar como una desterrada, y pedir a gritos que me internen, hoy, mi panorama es distinto.

Ayer me mudé. Me fui de la casa materna, a meterme al departamento de mi hermana y madrina. Con todo lo bueno y todo lo malo que pueda tener, finalmente, y después de tres años, volví a meter mi ropa en diez bolsas de consorcio (de las grandes, negras, bien fuertes), mi pc en su caja original, y mis perchas en un canasto. Y sí, me fui, a hacerle oídos y vista nulos a esta pérdida que hoy me toca enfrentar nuevamente. De amor, de casa, de barrio, de cuarto, de paredes azules y perro y gato. Ahora vivo en un dos ambientes con ocho hamsters, paredes rosas y verdes, y un placard tan prolijamente ordenado que, sospecho, algo oculta. Me bienvengo, entonces, al fabuloso barrio de Almagro, dejando atrás mi natal Flores, mágicas tierras de ángeles grises y crónicas. Mías, y de ellos, claro.

Todo comienza denuevo, cuando algo termina por única vez. Final, hay uno solo. Principios, el que querramos elegir. Esta vez no me tocó el psiquiátrico, el llanto hundida en mi almohada de Tinkerbell, ni siquiera los por qués. Me toco, simplemente, escribir esto, hoy, ahora, ya, con un vestido gris, casi blanco, y las uñas pintadas de rosa nena. Dejé, casi al pasar, mi medalla del Sagrado Corazón colgada en un cuello, el del otro, ese que me hizo feliz y desdichada, pero más, mucho más, feliz. Y aunque sienta el cuello liviano, no siento el cuerpo vacío, sino los oídos cargados de música, los pulmones de humo, y el alma un poquito más llena.

La suerte, yo sé, todavía está de mi lado.-


Dedicado al fantástico ser que jamás podré agradecer lo suficiente.-
Hola, que tal. Mi nombre es Zahira, tengo 24 años y soy orgullosamente porteña. Tal vez me recuerden como la enfermera que bailó en la barra de un bar en Palermo, la histérica que gritó en Callao y Corrientes como una loca cuando se vio apresada entre un volantero, una mujer pidiendo un taxi, y algunas decenas de transeúntes monstruosos, o la desquiciada que en un ataque de ira pateó una reja en el partido de Lanús.

Al margen de eso, tengo mucho para ofrecer: enojo, ira, angustia, miedo, alegría y, sobretodo, embole. MUCHO embole. A veces del embole surgen grandes cosas. Hoy, nada más que unas palabras descosidas y tiradas, casi azarosamente, sobre esta virtual página de mi ordenador. Trataré, entonces, de darles todo esto que tengo para ofrecerles, mediante mis más honestas y prejuiciadas reflexiones, claramente condicionadas por el maravilloso universo que me rodea.

Hoy quiero hablarles de algo. No sé muy bien de qué. Quizás deba simplemente darle rienda suelta a mis pensamientos, cambiando la música, claro está. Me gusta Willy Crook, pero no me inspira. Siempre es mejor Oscar Peterson. Carajo, soy tan estructurada.

Bien, suena mi querido Oscar con su fantástico Ad Lib Blues.

Los últimos meses volví a reinsertarme en aquello que tenía olvidado, aquello a lo cual todos los argentinos nos vemos enfrentados día a día, casi sin escapatoria, casi en filita india, a veces como palmitos enlatados. Esto, mis queridos, es el bello transporte público. A mí no me vengan a joder con el Metrobus, la SUBE, las nuevas estaciones en la línea H y la A, ni la mentira de los aires acondicionados en trenes. Hoy, vengo a hacer mi reclamo. Estimados, y sobre todo a las autoridades públicas, vengo a reclamar mis ciento cincuenta pesos. No quiero juicios millonarios, no quiero pases gratis de por vida, no quiero que Macri venga a podar los árboles de mi cuadra. No, señores, yo solamente quiero mis ciento cincuenta pesos. Los pesitos esos que me costó algunas horas de trabajo con aire acondicionado, o sumida en la multitud (no puedo precisar si los gané en la Cartelera de espectáculos a la cual pertenezco hace escasos dos meses, o al boliche de Palermo en el cual me aturdo hace casi dos años). Los pesitos esos, reitero, que le pagué de forma anticipada a mi terapeuta, para darme el lujo de una vez a la semana hablar durante casi una hora de la relación con mi madre, mis boicots de pareja, el clima o, justamente, como me hacen perder los transportes públicos la mitad de mi vida. Porque hoy, queridos, perdí mi sesión de terapia gracias al tan hablado subte. Ese que de un día para el otro aumentó lo que un sueldo aumenta en seis años. ¡SEIS AÑOS! ¡¿QUIEN CARAJO DURA TANTO EN UN LABURO?!

Cuestión, me quedé con mucho que hablar. Por eso vine acá, denuevo, a hablar con todos ustedes, o con ninguno. Quien quiera, bienvenido sea.-