Hoy hice mi primer salida mañanera en mi nuevo barrio: fui a comprar leche. En lugar del chino que tengo al ladito, me arriesgué un poco más y, girando la esquina, me encontré con un gran supermercado. Descubrí, en esa media horita de aventura, muchas cosas.
Para empezar, el barrio tiene una sonoridad muy particular. Es uno de esos barrios que yo llamo “amigables”. Son barrios que reciben, acogen, cobijan, y cuando son conocidos finalmente pueden ser amados. Decía, entonces, de su sonoridad. Almagro suena a gran avenida pero sin bocinas, solo coches y mucho colectivo. Muchos camiones y árboles con sus hojas. La gente camina por la calle con remeras de algodón de colores claros, y algunas mujeres, como yo, llevamos nuestras chismosas o nuestros changos. Ruido de transeúntes. Los hombres decoran, a su vez, esta música urbana con sus más vastos piropos, guasadas, saludos, a intervalos de treinta metros aproximadamente. Es decir, necesitaba desayunar y salí, hinchada, despeinada y en ojotas. Pero estos señores, al parecer, son muy desinhibidos, y saben que sus palabras de cortejo al pasar son arreglos musicales de una gran composición.
Almagro, queridos, tiene más sol. No sé como explicarlo: el sol, simplemente, es más amarillo, alumbra más, jode menos, que en Flores. Querido Flores, no quiero te ofendas ni nada similar, pero el sol de Almagro es más lindo. Además, no quema tanto, quizás por que corre una brisa muy leve que distrae las pieles desnudas de ondas corrosivas. CRÉANLO, aunque parezca una tontería. 
Bien. En el supermercado me impacté, casi de forma simultánea, de dos cosas: que hoy te hacían el setenta porciento de descuento en las segundas unidades y, además, que hacían aproximadamente cinco grados centígrados. “Es por las cámaras, nena”, me dijo el repositor de panes lactales, viéndome indecisa entre dos variedades de salvado. Algo que me sorprendió, luego, mientras hacía la fila de cajas, fue que las cajeras eran todas INCREIBLEMENTE feas, y las clientas INCREIBLEMENTE viejas, siendo tanto cajeras como clientas INCREIBLEMENTE caracúlicas. ¡¿Qué paso?! ¡¿No vieron el sol, la música, los descuentos?! Parece que no. Lo que si vieron fue que mi tarjeta de crédito no tenía saldo, por lo cual acudí a mi último billetito violeta. Que extraño.. en el súper de la esquina de Flores nunca pasaba eso, mi tarjeta excedidísima y vencidísima siempre pasaba la prueba del postnet.
En fin. No quisiera irme sin mencionar que en un local muy cerca de mi nuevo hogar venden vestidos baratísimos, que la sandía está un peso con cincuenta el quilo y viene muy fresquita, que el encargado de mi edificio habla con los repartidores de correo acerca de la quiniela, y que de los cuatro ascensores solo estaba funcionando uno, que no llega a mi piso: el quince.
Me siento contenta. Almagro y yo empezamos a conocernos.-

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