Hola, que tal. Mi nombre es Zahira, tengo 24 años y soy orgullosamente porteña. Tal vez me recuerden como la enfermera que bailó en la barra de un bar en Palermo, la histérica que gritó en Callao y Corrientes como una loca cuando se vio apresada entre un volantero, una mujer pidiendo un taxi, y algunas decenas de transeúntes monstruosos, o la desquiciada que en un ataque de ira pateó una reja en el partido de Lanús.

Al margen de eso, tengo mucho para ofrecer: enojo, ira, angustia, miedo, alegría y, sobretodo, embole. MUCHO embole. A veces del embole surgen grandes cosas. Hoy, nada más que unas palabras descosidas y tiradas, casi azarosamente, sobre esta virtual página de mi ordenador. Trataré, entonces, de darles todo esto que tengo para ofrecerles, mediante mis más honestas y prejuiciadas reflexiones, claramente condicionadas por el maravilloso universo que me rodea.

Hoy quiero hablarles de algo. No sé muy bien de qué. Quizás deba simplemente darle rienda suelta a mis pensamientos, cambiando la música, claro está. Me gusta Willy Crook, pero no me inspira. Siempre es mejor Oscar Peterson. Carajo, soy tan estructurada.

Bien, suena mi querido Oscar con su fantástico Ad Lib Blues.

Los últimos meses volví a reinsertarme en aquello que tenía olvidado, aquello a lo cual todos los argentinos nos vemos enfrentados día a día, casi sin escapatoria, casi en filita india, a veces como palmitos enlatados. Esto, mis queridos, es el bello transporte público. A mí no me vengan a joder con el Metrobus, la SUBE, las nuevas estaciones en la línea H y la A, ni la mentira de los aires acondicionados en trenes. Hoy, vengo a hacer mi reclamo. Estimados, y sobre todo a las autoridades públicas, vengo a reclamar mis ciento cincuenta pesos. No quiero juicios millonarios, no quiero pases gratis de por vida, no quiero que Macri venga a podar los árboles de mi cuadra. No, señores, yo solamente quiero mis ciento cincuenta pesos. Los pesitos esos que me costó algunas horas de trabajo con aire acondicionado, o sumida en la multitud (no puedo precisar si los gané en la Cartelera de espectáculos a la cual pertenezco hace escasos dos meses, o al boliche de Palermo en el cual me aturdo hace casi dos años). Los pesitos esos, reitero, que le pagué de forma anticipada a mi terapeuta, para darme el lujo de una vez a la semana hablar durante casi una hora de la relación con mi madre, mis boicots de pareja, el clima o, justamente, como me hacen perder los transportes públicos la mitad de mi vida. Porque hoy, queridos, perdí mi sesión de terapia gracias al tan hablado subte. Ese que de un día para el otro aumentó lo que un sueldo aumenta en seis años. ¡SEIS AÑOS! ¡¿QUIEN CARAJO DURA TANTO EN UN LABURO?!

Cuestión, me quedé con mucho que hablar. Por eso vine acá, denuevo, a hablar con todos ustedes, o con ninguno. Quien quiera, bienvenido sea.-

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